sábado, 31 de agosto de 2013

CUENTOS DEL MUNDO / MÉXICO

DF ENTRE DIEGO Y FRIDA


El DF Mexicano es uno de esos lugares que se quedan plasmados en la memoria de quien lo visita. Un sitio donde se entrelazan  modernas avenidas con  tradicionales calles, una tierra en la que a primera vista se notan cuatro cosas: la marcada diferencia de clases, el turismo como uno de los motores económicos de la nación, el arraigo por la cultura y las tradiciones y el respeto por  los personajes que labraron su historia. Aquí relato la historia de un par de ellos

Gabriel Sánchez Sorondo en el epílogo de su libro sobre la historia de amor y dolor que existió entre los artistas Diego Rivera y Frida Kahlo explica que una de las formas más humanas y a la vez divinas de representar la  mexicanidad es a través de estos personajes que le dieron la vuelta al mundo no solo por su arte y la manera como este los mantuvo unidos a lo largo de sus vidas, sino también por las huellas que fueron dejando en espacios que en la actualidad son inevitables visitarlos sin mencionarlos. Un paseo por la Ciudad de México es una lectura en imágenes de sus vidas, pues “juntos, componen y detonan una sinergia tan particular como la que surge del pueblo mexicano en su conjunto”.




El Palacio Nacional y los Murales de Diego
Esta imponente edificación que ocupa todo el lado oriental del llamado Zócalo del DF con sus más de doscientos metros de elegante fachada es la sede del  Gobierno de la República. A su derecha    La Catedral, un majestuoso edificio en piedra gris lo acompaña. El lugar fue construido sobre el nuevo palacio de Moctezuma II Xocoyotzin para ser convertido en segunda residencia privada de Hernán Cortés, quien por cierto también tiene su historia marcada no sólo haber conquistado el imperio Azteca sino por la relación que mantuvo con su traductora y concubina, una indígena llamada Malinalli Tenépatl, a quien la escritora   Laura Esquivel le dedicó un libro llamado La Mallinche, donde contaba entre fantasía, leyenda e historia el relato de amor que unió y separó a estos personajes.
El Palacio Nacional posee numerosos patios, con hermosos jardines y alberga varios gabinetes y despachos, pero lo que sin duda hace más interesante la visita a este sitio es la existencia de los murales que entre 1929 y 1951 realizara el famoso muralista Diego Rivera. En la entrada del edificio hay guías que por 80 $ caminan con el turista por la escalera monumental y las de la galería que cubren la primera planta, para mostrar las fabulosas pinturas que allí se encuentran plasmadas. Martha Camacho realiza este recorrido desde hace dieciocho años, dice amar la historia y eso se nota en la forma como va contando cada pasaje de la vida de su país. Explica que ver estas paredes es como admirar una película de la historia de su pueblo que pasa por la intervención norteamericana, la segunda intervención francesa, la reforma liberal de 1857, la lucha de la independencia de 1810 y la revolución mexicana. Comenta los ideales socialistas de Rivera plasmados en el espacio sur del cubo: lucha armada de campesinos y obreros, educación e iglesia. El mismo Carlos Marx dibujado en estas paredes señala al final de este espacio  a un campesino,  un obrero y un militar. Así se pasa fácilmente una hora conversando con ella sobre los relatos pasados de esta tierra, viendo también el corredor donde hay una muestra de distintas escenas de la vida cotidiana prehispánica en diferentes tiempos de la cultura mesoamericana.
Si alguien pregunta sobre Diego y Frida, ella comentará que se conocieron en la Escuela Nacional Preparatoria, muy cerca del Templo Mayor. Dirá que ese encuentro no tuvo relevancia para él, pues desde el andamio donde pintaba un mural de La Creación solo vería una niña que lo miraba trabajar que aparentaba apenas unos doce años, cuando en realidad ya tenía quince. Gabriel Sánchez Sorondo (escritor del libro El Amor entre el Elefante y la Paloma) afirma que al conocerlo Frida dijo “algún día tendré un hijo suyo”, cosa que nunca sucedió.
Martha cuenta que quien desee observar otras obras de Rivera puede dirigirse hasta la Secretaría de la Educación Pública  donde hay una serie de murales que cubren 1.600 m2,  fue allí donde en 1928 Frida nuevamente fue a ver al maestro para pedirle opinión sobre sus pinturas. Ese fue el comienzo de su tormentosa y la vez única historia de amor. Los murales dibujados allí ilustran temas del trabajo, la revolución, y la lucha social, así como la tradición folklórica, las fiestas, oficios tradicionales, la artesanía y los mercados.





Coyoacán: Legado Colonial en la Urbe
Para llegar a Coyoacán hay que tomar la línea 3 del metro; este sistema es una de las maneras más fáciles y cómodas de conocer una ciudad tan grande. La estación Viveros es el sitio indicado para acercarse a esta zona que aunque está dentro del DF pareciera un poblado separado; por si sola cuenta con unos trescientos sesenta mil habitantes, y aun cuando es grande conserva su aire de antaño, la pasividad de épocas pasadas. Ya en Viveros hay que subirse a un autobús que en su letrero diga “Coyoacán Centro” y simplemente bajarse frente al mercado de la delegación.
Siempre se dice que para conocer un pueblo es necesario visitar su plaza comercial, y esa es casi  una de las primeras cosas que se puede hacer en Coyoacán. Este lugar de una sola planta y con tres entradas fue construido en 1956 y en  sus cuatrocientos sesenta y cuatro  locales se puede hallar toda la tradición de un lugar arraigado a sus costumbres. Dulces, flores, ropa, verduras en una pulcritud casi increíble se pasean ante los ojos del visitante. Los colores, olores y sonidos en este sitio no incomodan, más bien se amalgaman en una misma nota musical que permite que el turista se deslice simplemente por estos espacios. Ese conjunto de voces que invitan a comer combinados con el aroma que sale de los calderos y finalmente la vista que advierte torres de tostadas y ollas con diferentes tipos de carnes completan la maravillosa sinfonía. Imposible comer una sola, pareciera que todos los sabores invitan a ser probados. Cochinilla, pata o camarones se ponen en una tostada de maíz sobre una cama de lechuga y tomate, el cliente lo acompaña con cualquiera de los tipos de picante que hay en los tarros sobre la mesa. Antonio Tabuchi en su libro Viajes y otros Viajes, no en vano dice que el chile es el verdadero elemento unificador y común de la cultura mexicana, “básico, indispensable en la cocina” y aunque hay quienes procuran evitarlos,  son omnipresentes, y más vale familiarizarse con ellos.
Coyoacán es considerado un espacio  mágico, lleno de historias, leyenda y cultura. Los  cientos de visitantes que llegan a este lugar a diario vienen atraídos por conocer un poco más de la vida de la pintora Frida Kahlo. El motivo principal de la visita casi siempre será La Casa Azul, lugar donde nació y murió la artista y donde además convivió en diferentes etapas de su vida con su esposo Diego Rivera. En el camino hay quienes se entretengan y no en vano con La Plaza Hidalgo para tomar fotos de sus hermosos jardines, sus  flores, su kiosco y  los niños que  corren de un lado a otro, todo como en una pintura del siglo XIX. La Casa de Cortés también llama la atención y  aunque se construyó doscientos diez años luego de la muerte del conquistador, la gente siente que visitar este lugar lo acerca un poco más a su historia y la de La Malinche, quien por cierto también tiene su morada conmemorativa detrás de la iglesia San Juan Bautista, al final de la calle Higuera. La tradición cuenta que allí vivió Doña Marina con Cortés.




La Casa Azul y sus Habitantes
El barrio tiene un aire intelectual, rodeado de librerías, cafés, galerías de arte, restaurantes y muchas zonas verdes. Finalmente  El Museo de Frida Kahlo aparece en la calle Londres; ingresando a él se puede entrar al universo más íntimo de la artista. El recorrido por el lugar incluye sus jardines, habitaciones, comedor, cocina y otros espacios donde convivieron “El Elefante y La Paloma”; allí están la cama de Kahlo sitio donde convaleció luego del accidente que marcó su vida para siempre, lugar donde comenzó a trazar sus primeras líneas. Están los utensilios de cocina, la mesa conde compartían las cenas luego de que Diego llegara de su labor diaria, están sus lienzos y oleos, detalles que marcaron su relación, pero sobre todo pareciera que se encontraran sus almas. Hay algunas obras de ella (se dice que Frida Kahlo pinto trescientas obras y la mayoría están desaparecidas; ciento cincuenta se encuentran entre México y Estados Unidos), unos cuantos dibujos del muralista, pinturas de otros artistas mexicanos, una tienda de suvenires y un espacio que proyecta documentales sobre la vida de la artista.
Esta casa fue una suerte de idas y venidas de la pareja, de peleas y reconciliaciones, de complicidad a las infidelidades de Frida y Diego, de inspiración para su arte, de hechos históricos. En esta vivienda recibieron en 1937 al político y revolucionario ruso León Trosky y su esposa. En esta morada él y Frida estrecharon lazos y se convirtieron en amantes. Aunque no fue en este lugar donde murió. Existe una especie de fortaleza en la calle Río Churubusco que hoy en día funciona como museo y que se designa como el sitio donde Trosky fue asesinado en 1940. Este también se puede visitar como los otros museos entre martes y domingo.







Anahualli: El Regalo de Diego
En 1942 cuando afirman algunos textos que la pareja entró en un aparente “rellano de paz”, Diego mandó a construir en las cercanías de Coyoacán una pirámide mexicana diseñada por él mismo que pretendiendo ser un rancho de descanso donde ellos pudieran cultivar sus propios alimentos, se convertiría después en una especie de mausoleos donde albergar sus ídolos. Rivera recolectó desde su regreso de Europa en 1920 una serie de piezas precolombinas, catalogadas como la colección más grande del país. Dicen que las buscaba el mismo, que escarbó en la tierra, que intercambiaba cuadros por lotes de piedras, que se las regalaban amigos;  lo cierto es que este sería el final perfecto para una visita por los andares de Rivera y Kahlo. La pirámide negra está construida en piedra volcánica y con influencias arquitectónicas de la cultura Teotihuacana, Mexicana, Maya y elementos contemporáneos.  Exhibe unas dos mil piezas de las casi sesenta mil propiedad del artista. Los tres pisos de la edificación recrean el inframundo con poca luz, la vida terrenal con luz natural que se filtra por las ventanas y el supra mundo con piezas de las Olmecas, Totonacas, Mixteca, Zapoteca y Mexica. En esta sección que conforma el segundo piso también se encuentra el estudio/taller de Diego, donde se exhiben los bocetos originales de algunas obras del artista como “El Hombre en la Encrucijada””, realizado para el Rockefeller Center de Nueva York y destruido en breve por figurar en él un retrato de Lenin.
En el techo de cada nivel se pueden apreciar unos mosaicos en piedra donde se representa a Quetzalcóatl y Xólotl, al hermano gemelo de Diego que murió de un año un medio de edad, ranas, sapos, hoz, martillos y el corazón de Diego y Frida. El artista supervisó esta obra hasta 1957 año de su muerte, cuando dicen que fue al encuentro con su Fridita que lo dejó tres  antes, luego de que su pierna se infectara de cangrena y fuera necesario amputarla por debajo de la rodilla. Se amargó, tomó más medicina para el dolor de la recomendada y aumentó la dosis de tequila, finalmente falleció de una embolia pulmonar. La última entrada de su diario reza: “Espero alegre la salida para no volver jamás”. Diego diría que ese sería el día más trágico de su vida; pese a esto contrajo nupcias con quien fuera su asistente, pero los que lo conocían aseguran que se marchitó poco a poco. Él había  pedido ser incinerado y que sus cenizas se mezclaran con las de Frida, en contra de su última voluntad fue sepultado en la Rotonda de Los Hombres Ilustres del Panteón Civil de Dolores, tumba que también que puede ser visitada de martes a domingo como el resto de los sitios que representan parte de la vida de las figuras más representativas del arte mexicano.










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