DF ENTRE DIEGO Y FRIDA
El DF
Mexicano es uno de esos lugares que se quedan plasmados en la memoria de quien
lo visita. Un sitio donde se entrelazan modernas avenidas con tradicionales calles, una tierra en la que a primera vista se notan cuatro
cosas: la marcada diferencia de clases, el turismo como uno de los motores
económicos de la nación, el arraigo por la cultura y las tradiciones y el
respeto por los personajes que labraron
su historia. Aquí relato la historia de un par de ellos
Gabriel Sánchez Sorondo en el epílogo de su libro
sobre la historia de amor y dolor que existió entre los artistas Diego Rivera y
Frida Kahlo explica que una de las formas más humanas y a la vez divinas de
representar la mexicanidad es a través
de estos personajes que le dieron la vuelta al mundo no solo por su arte y la
manera como este los mantuvo unidos a lo largo de sus vidas, sino también por
las huellas que fueron dejando en espacios que en la actualidad son inevitables
visitarlos sin mencionarlos. Un paseo por la Ciudad de México es una lectura en
imágenes de sus vidas, pues “juntos, componen y detonan una sinergia tan
particular como la que surge del pueblo mexicano en su conjunto”.
El Palacio
Nacional y los Murales de Diego
Esta imponente edificación que ocupa todo el lado
oriental del llamado Zócalo del DF con sus más de doscientos metros de elegante
fachada es la sede del Gobierno de la
República. A su derecha La Catedral, un majestuoso edificio en piedra
gris lo acompaña. El lugar fue construido sobre el nuevo palacio de Moctezuma
II Xocoyotzin para ser convertido en segunda residencia privada de Hernán
Cortés, quien por cierto también tiene su historia marcada no sólo haber
conquistado el imperio Azteca sino por la relación que mantuvo con su
traductora y concubina, una indígena llamada Malinalli Tenépatl, a quien la escritora Laura Esquivel le dedicó un libro llamado La Mallinche, donde contaba entre fantasía, leyenda e historia el relato de amor que unió y separó a estos personajes.
El Palacio Nacional posee numerosos patios, con
hermosos jardines y alberga varios gabinetes y despachos, pero lo que sin duda
hace más interesante la visita a este sitio es la existencia de los murales que
entre 1929 y 1951 realizara el famoso muralista Diego Rivera. En la entrada del
edificio hay guías que por 80 $ caminan con el turista por la escalera
monumental y las de la galería que cubren la primera planta, para mostrar las
fabulosas pinturas que allí se encuentran plasmadas. Martha Camacho realiza
este recorrido desde hace dieciocho años, dice amar la historia y eso se nota
en la forma como va contando cada pasaje de la vida de su país. Explica que ver
estas paredes es como admirar una película de la historia de su pueblo que pasa
por la intervención norteamericana, la segunda intervención francesa, la
reforma liberal de 1857, la lucha de la independencia de 1810 y la revolución
mexicana. Comenta los ideales socialistas de Rivera plasmados en el espacio sur
del cubo: lucha armada de campesinos y obreros, educación e iglesia. El mismo
Carlos Marx dibujado en estas paredes señala al final de este espacio a un campesino, un obrero y un militar. Así se pasa
fácilmente una hora conversando con ella sobre los relatos pasados de esta
tierra, viendo también el corredor donde hay una muestra de distintas escenas
de la vida cotidiana prehispánica en diferentes tiempos de la cultura
mesoamericana.
Si alguien pregunta sobre Diego y Frida, ella
comentará que se conocieron en la Escuela Nacional Preparatoria, muy cerca del
Templo Mayor. Dirá que ese encuentro no tuvo relevancia para él, pues desde el andamio
donde pintaba un mural de La Creación solo vería una niña que lo miraba
trabajar que aparentaba apenas unos doce años, cuando en realidad ya tenía
quince. Gabriel Sánchez Sorondo (escritor del libro El Amor entre el Elefante y
la Paloma) afirma que al conocerlo Frida dijo “algún día tendré un hijo suyo”,
cosa que nunca sucedió.
Martha cuenta que quien desee observar otras obras
de Rivera puede dirigirse hasta la Secretaría de la Educación Pública donde hay una serie de murales que cubren
1.600 m2, fue allí donde en 1928 Frida
nuevamente fue a ver al maestro para pedirle opinión sobre sus pinturas. Ese
fue el comienzo de su tormentosa y la vez única historia de amor. Los murales
dibujados allí ilustran temas del trabajo, la revolución, y la lucha social,
así como la tradición folklórica, las fiestas, oficios tradicionales, la
artesanía y los mercados.
Coyoacán:
Legado Colonial en la Urbe
Para llegar a Coyoacán hay que tomar la línea 3 del
metro; este sistema es una de las maneras más fáciles y cómodas de conocer una
ciudad tan grande. La estación Viveros es el sitio indicado para acercarse a
esta zona que aunque está dentro del DF pareciera un poblado separado; por si
sola cuenta con unos trescientos sesenta mil habitantes, y aun cuando es grande
conserva su aire de antaño, la pasividad de épocas pasadas. Ya en Viveros hay
que subirse a un autobús que en su letrero diga “Coyoacán Centro” y simplemente
bajarse frente al mercado de la delegación.
Siempre se dice que para conocer un pueblo es
necesario visitar su plaza comercial, y esa es casi una de las primeras cosas que se puede hacer
en Coyoacán. Este lugar de una sola planta y con tres entradas fue construido
en 1956 y en sus cuatrocientos sesenta y
cuatro locales se puede hallar toda la
tradición de un lugar arraigado a sus costumbres. Dulces, flores, ropa,
verduras en una pulcritud casi increíble se pasean ante los ojos del visitante.
Los colores, olores y sonidos en este sitio no incomodan, más bien se amalgaman
en una misma nota musical que permite que el turista se deslice simplemente por
estos espacios. Ese conjunto de voces que invitan a comer combinados con el
aroma que sale de los calderos y finalmente la vista que advierte torres de
tostadas y ollas con diferentes tipos de carnes completan la maravillosa
sinfonía. Imposible comer una sola, pareciera que todos los sabores invitan a
ser probados. Cochinilla, pata o camarones se ponen en una tostada de maíz
sobre una cama de lechuga y tomate, el cliente lo acompaña con cualquiera de
los tipos de picante que hay en los tarros sobre la mesa. Antonio Tabuchi en su
libro Viajes y otros Viajes, no en vano dice que el chile es el verdadero
elemento unificador y común de la cultura mexicana, “básico, indispensable en
la cocina” y aunque hay quienes procuran evitarlos, son omnipresentes, y más vale familiarizarse
con ellos.
Coyoacán es considerado un espacio mágico, lleno de historias, leyenda y
cultura. Los cientos de visitantes que
llegan a este lugar a diario vienen atraídos por conocer un poco más de la vida
de la pintora Frida Kahlo. El motivo principal de la visita casi siempre será
La Casa Azul, lugar donde nació y murió la artista y donde además convivió en
diferentes etapas de su vida con su esposo Diego Rivera. En el camino hay
quienes se entretengan y no en vano con La Plaza Hidalgo para tomar fotos de
sus hermosos jardines, sus flores, su
kiosco y los niños que corren de un lado a otro, todo como en una
pintura del siglo XIX. La Casa de Cortés también llama la atención y aunque se construyó doscientos diez años luego
de la muerte del conquistador, la gente siente que visitar este lugar lo acerca
un poco más a su historia y la de La Malinche, quien por cierto también tiene
su morada conmemorativa detrás de la iglesia San Juan Bautista, al final de la
calle Higuera. La tradición cuenta que allí vivió Doña Marina con Cortés.
La Casa Azul
y sus Habitantes
El barrio tiene un aire intelectual, rodeado de
librerías, cafés, galerías de arte, restaurantes y muchas zonas verdes.
Finalmente El Museo de Frida Kahlo
aparece en la calle Londres; ingresando a él se puede entrar al universo más
íntimo de la artista. El recorrido por el lugar incluye sus jardines,
habitaciones, comedor, cocina y otros espacios donde convivieron “El Elefante y
La Paloma”; allí están la cama de Kahlo sitio donde convaleció luego del
accidente que marcó su vida para siempre, lugar donde comenzó a trazar sus
primeras líneas. Están los utensilios de cocina, la mesa conde compartían las
cenas luego de que Diego llegara de su labor diaria, están sus lienzos y oleos,
detalles que marcaron su relación, pero sobre todo pareciera que se encontraran
sus almas. Hay algunas obras de ella (se dice que Frida Kahlo pinto trescientas
obras y la mayoría están desaparecidas; ciento cincuenta se encuentran entre
México y Estados Unidos), unos cuantos dibujos del muralista, pinturas de otros
artistas mexicanos, una tienda de suvenires y un espacio que proyecta documentales
sobre la vida de la artista.
Esta casa fue una suerte de idas y venidas de la
pareja, de peleas y reconciliaciones, de complicidad a las infidelidades de
Frida y Diego, de inspiración para su arte, de hechos históricos. En esta
vivienda recibieron en 1937 al político y revolucionario ruso León Trosky y su
esposa. En esta morada él y Frida estrecharon lazos y se convirtieron en
amantes. Aunque no fue en este lugar donde murió. Existe una especie de
fortaleza en la calle Río Churubusco que hoy en día funciona como museo y que
se designa como el sitio donde Trosky fue asesinado en 1940. Este también se
puede visitar como los otros museos entre martes y domingo.
Anahualli:
El Regalo de Diego
En 1942 cuando afirman algunos textos que la pareja
entró en un aparente “rellano de paz”, Diego mandó a construir en las cercanías
de Coyoacán una pirámide mexicana diseñada por él mismo que pretendiendo ser un
rancho de descanso donde ellos pudieran cultivar sus propios alimentos, se
convertiría después en una especie de mausoleos donde albergar sus ídolos.
Rivera recolectó desde su regreso de Europa en 1920 una serie de piezas
precolombinas, catalogadas como la colección más grande del país. Dicen que las
buscaba el mismo, que escarbó en la tierra, que intercambiaba cuadros por lotes
de piedras, que se las regalaban amigos;
lo cierto es que este sería el final perfecto para una visita por los
andares de Rivera y Kahlo. La pirámide negra está construida en piedra
volcánica y con influencias arquitectónicas de la cultura Teotihuacana,
Mexicana, Maya y elementos contemporáneos.
Exhibe unas dos mil piezas de las casi sesenta mil propiedad del
artista. Los tres pisos de la edificación recrean el inframundo con poca luz,
la vida terrenal con luz natural que se filtra por las ventanas y el supra
mundo con piezas de las Olmecas, Totonacas, Mixteca, Zapoteca y Mexica. En esta
sección que conforma el segundo piso también se encuentra el estudio/taller de
Diego, donde se exhiben los bocetos originales de algunas obras del artista
como “El Hombre en la Encrucijada””, realizado para el Rockefeller Center de
Nueva York y destruido en breve por figurar en él un retrato de Lenin.
En el techo de cada nivel se pueden apreciar unos
mosaicos en piedra donde se representa a Quetzalcóatl y Xólotl, al hermano
gemelo de Diego que murió de un año un medio de edad, ranas, sapos, hoz,
martillos y el corazón de Diego y Frida. El artista supervisó esta obra hasta
1957 año de su muerte, cuando dicen que fue al encuentro con su Fridita que lo
dejó tres antes, luego de que su pierna
se infectara de cangrena y fuera necesario amputarla por debajo de la rodilla.
Se amargó, tomó más medicina para el dolor de la recomendada y aumentó la dosis
de tequila, finalmente falleció de una embolia pulmonar. La última entrada de
su diario reza: “Espero alegre la salida para no volver jamás”. Diego diría que
ese sería el día más trágico de su vida; pese a esto contrajo nupcias con quien
fuera su asistente, pero los que lo conocían aseguran que se marchitó poco a
poco. Él había pedido ser incinerado y
que sus cenizas se mezclaran con las de Frida, en contra de su última voluntad
fue sepultado en la Rotonda de Los Hombres Ilustres del Panteón Civil de
Dolores, tumba que también que puede ser visitada de martes a domingo como el
resto de los sitios que representan parte de la vida de las figuras más
representativas del arte mexicano.
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