viernes, 6 de febrero de 2015

Chuao: Cacao y Bondad

Chuao: Amor por el Suelo

Cada vez que visito el pueblo de Chuao regreso con ganas de querer más lo mío. En esta vida de viajes siempre conozco gente que se desvive por su espacio, que da todo por él. Me he preguntado como hace la gente para sentir tanto por un pedacito de tierra de forma tan desinteresada. Y después digo, esa es Venezuela, así la conocí pequeña.
Esta comunidad  se encuentra ubicada en la costa  del Estado Aragua y  solo se llega a ella a través del  mar porque si se busca el sendero de tierra habría que atravesar las montañas y seguir los viejos caminos que permanecen transitables a pie, y sería toda una aventura. Así que lo más fácil para muchos turistas es tomar una lancha en Puerto Colombia (Choroní) y recorrer unos veinte minutos que en ocasiones se convierten en los más largos de la vida si el mar está bravo. Las embarcaciones llegan a la playa de Chuao y quien desea arenita se queda en la orilla y simplemente extiende ahí su toalla y se tuesta por lado y lado, pero eso no es lo busco yo, así que nos subimos a un camión que hace las veces de transporte y por un pago mínimo en diez minutos después de pasar el río que forma de la vida de la aldea  comienzan a abrirse las calles del pueblo ante nuestros ojos.



Chuao es un pueblo ordenadito, con dos calles principales, una por la que sube el transporte público y otra por la que baja. Sus casas son de reciente construcción y dice Manuel Luzón, dueño de la posada más grande y bonita de la zona que fue gracias a Elías Jaua y su enamoramiento con el pueblo. Manuel tiene sus raíces aquí y se ha convertido en una especie de dirigente, pero también se ocupa de La Luzonera una casa de playa con ocho habitaciones, todas con baño, recalca. Hace además paseos hasta el Chorrerón, una cascada hermosa que promocionan en los últimos años y que se descubrió por casualidad. Me explica Luzón que el actual Ministro de Comunas y Movimientos Sociales en su momento junto al fallecido presidente Chávez apoyó a los habitantes de esta comunidad, se les construyó casas más bonitas, se acomodó la carretera con sus canales para que no se empozara el agua y hasta les donaron un autobús para llevar a los niños a la escuela. Me dice Manuel que todo se mantiene bonito porque en este pueblo la mayor parte de sus habitantes son organizados y eso se demuestra en la cooperativa de cacao más exitosa de Venezuela, por eso y por su gente buena él quiere que lo entierren en este suelo.

La sede de la Empresa Campesina de Chuao queda justo frente a la plaza de secado, espacio muy importante de la historia del pueblo; no sólo porque es un anexo de  la iglesia construida desde hace más de 400 años, sino porque allí se realiza buena parte de la actividad diaria de los socios de la compañía. Entre la casa amarilla donde se guarda el cacao y la plaza se pasean mujeres toda la mañana, revisando el proceso de fermentación de la semilla, extendiéndola, removiéndola con una especie de haragán y recogiéndola cuando ya está seca para llevarla sobre sus cabezas en grandes cestas.  Dice Haidé Aché, secretaria de esta compañía donde participan sesenta socios (casi todas féminas) que ellos producen el mejor cacao del país porque cuidan la siembra, el agua con que se riega y porque su proceso de fermentación dura siete días donde es cubierto el tanque con hojas de plátano y cambur. Son 447 años de siembra que no pueden pasar por debajo de la mesa, en algún momento este producto cotizó en la bolsa de valores de Walt Street asegura una vez más Manuel Luzón, quien me sigue acompañando a caminar el pueblo y a conversar con su gente. No sé si esto sea cierto, lo que sí es verdad es que este producto tiene denominación de origen y eso es gracias al esfuerzo y trabajo de los productores que les ha permitido alcanzar ese estatus.




Sigo el camino con Haidé hasta atravesar el río  en el que unos niños juegan, ella me muestra la siembra, me habla del delicado trabajo que hacen al cortar la maraca de cacao sin lastimar el tallo para que pueda salir una nueva. Ahora no hay mucha fruta verde, es porque están saliendo de la cosecha, la Pascuera la llaman ellos. Luego vendrá Cuaresmera y la Sanjuanera que se une a las fiestas en honor al santo.  Me comenta también Haidé suspirando que para ella Chuao lo es todo, es el mejor lugar donde Dios la pudo haber hecho nacer. Termina su exposición diciéndome que una chocolatera estadounidense se está llevando unas veintitrés toneladas de cacao anualmente, pero que la meta es que muy pronto los bombones con calidad de exportación salgan directamente del pueblo, que en el empaque no se lea “cacao venezolano” sino “producto hecho en Venezuela”.
Mientras tanto en el poblado hay una cuantas mini fábricas improvisadas, casas en donde se hacen dulces y se venden los productos hechos con el cacao; en una de ellas trabaja Dubraska Liendo, con tan sólo 18 años se encarga de hacer bombones, tabletas, de temperar, de vender. Ella me explica que eso lo lleva en la sangre porque desde que nació está viendo la planta, pero también reconoce que en el colegio la materia “Maestro Pueblo” la ayudó, allí les hablan de todo lo referente al fruto que es algo así como su oro o petróleo. Dubraska quiere estudiar alguna carrera relacionada con las relaciones públicas, dice que después regresará a su pueblo para encontrar la forma de venderlo al mundo, quiere que más personas sepan dónde queda y lo que hacen que para ella es tan importante.


 Con Octavio Chávez vuelvo a la iglesia, quiere que vea como quedó de bonita la estructura en honor La Inmaculada Concepción. Estuvo a punto de caerse pero lograron restaurarla, al igual que las imágenes que son casi de la misma edad del templo y del pueblo. Aún no tienen párroco así que ellos se encargan de abrir las puertas y cerrarlas, de organizar eventos, de traer un cura cuando se necesita. Es tan importante esta estructura que las campanas solo se tocan cuando algo importante ocurre, esto casi siempre estará ligado a una desgracia. Octavio, quien prefiere que lo llamen Chipilín, estuvo al frente de la recuperación y ahora de su resguardo, asegura que lo hace por amor a su pueblo, él proviene de una familia numerosa, dieciocho hermanos, todos habitantes de Chuao, “como no querer esta tierra si me lo ha dado todo”. Cuando le pregunto que es Chuao para él me contesta: “Chuao significa mi vida, Chuao significa mi sangre, y Chuao para mi es lo máximo, sin Chuao yo no puedo vivir”, eso me quedó grabado en la mente y en el alma.



En la Luzonera, la posada de Manuel, nos organizaron el almuerzo, justo como lo hacen con los turistas; pescado fresco frito, arroz suelto y muy blanco, tostones de plátano. Con el estómago lleno y las ganas de quedarnos partimos hacia otro destino, no sin antes comprender que la característica más grande de este pueblo es el amor por el suelo donde nacieron, la hermandad y el instinto de preservación del espacio para las futuras generaciones.

 Emeterio Morillo, el hermano de Octavio nos da la cola en su lancha, a él lo conozco desde hace casi siete años, siempre lo llamo para preguntarle por la vida en su pequeña patria y siempre cuenta cosas buenas. El orgullo por lo suyo también se le derrama por los poros y ahora trata de inculcarlo en sus tres hijos, todos varones, quiere que salgan a formarse, pero que regresen a ayudar a los suyos, por eso el más pequeño lo acompaña en la lancha, sabe dirigir el peñero y pescar. Emeterio nos deja en Cepe, pero eso ya forma parte de otra historia. 


Fotos: Sin él no sería lo mismo ilustrar cada recorrido, gracias Raymar Velásquez