He visitado cuatro veces en mi vida San Esteban
Pueblo y nunca había siquiera intentado transitar sus caminos de tierra.
Reconozco que soy perezosa, que eso de caminar no va conmigo, y cada vez que me
decían “son unas tres horas hasta el Puente Ojival”, utilizaba la excusa de que
eso nos haría perder tiempo de grabación, pero esta vez sería diferente, quería
aventurarme aunque fuera un poco en ese bosque que conforma este Parque
Nacional de unas cuarenta y cuatro mil hectáreas que hace vida en el Estado
Carabobo.
Llegamos al pueblo a las nueve de la mañana, solo
hace unos quince minutos habíamos salido de Puerto Cabello, así de corto es el
trayecto. Nuestra intención era hacer no solo el recorrido sino visitar a
algunos personajes de esta comunidad. Este caserío tiene la particularidad de
estar dentro de Puerto Cabello que tiene muy cerca su mar pero conservar el ambiente de un
poblado de pie de monte. De viejos caserones San Esteban rememora una época de
bonanza ahora desolada. Las casas que
adornan la calle principal tienen
nombres y apellidos; pertenecieron a los Capriles y a los Römer, pero para sus
habitantes la distinción que vale es la del caserón que perteneciera al General Bartolomé Salom, que este héroe de la
independencia haya escogido el pueblo para fijar su residencia es motivo de
orgullo para la comunidad del presente. En las ruinas de su casa me esperaban Felix
Noguera y María Betancourt, el primero la cuidó durante algunos años, la segunda es la actual
coordinadora del recinto. Este pareciera ser un honor que se confiere en el pueblo, y quien lo
merece se siente orgulloso de resguardar estas ruinas. Sin embargo, nunca nadie
estará nunca tan feliz de recorrer los espacios donde alguna vez hubo paredes y
techo como Virginia de Mieres, en vida ella se autoproclamó albacea de esta
estructura, su amor por el General Salom y su obra era tan grande que decidió
mudarse a un cuartico que se construyó en las inmediaciones para que sirviera
de bodega; ella decía que sentía la presencia del militar, que sabía cuándo su
espacio sería vulnerado, por eso prefirió estar cerca para cuidarlo. Le pidió a
Luis Herrera cuando era presidente que le ayudara a rescatar el sitio y él lo
hizo, esa escultura de Bartolomé Salom, obra de Alexis Mujica, sentada en una
hamaca que se puede apreciar en una de las salas de la vivienda es el único
arreglo que pudo hacerse en ese terreno. Virginia murió y no pudo ver realizado
su sueño. Planificaciones van y planificaciones vienen; se proyectó un café,
una biblioteca y una tienda de artesanía, ninguna ha visto luz en un lugar que
debería ser tratado como lo que es, Patrimonio Histórico de Carabobo.
Por ahora María cumple la función de mantener
limpios los pisos y evitar que los muchachos del pueblo se metan a hacer travesuras.
Indica que el General Bartolomé fue una importante figura, fiel a sus ideales y
amante de la libertad, solo que la gente no lo conoce porque no hay suficiente
bibliografía sobre él “así como la hay de Bolívar”. Me dijo que el pueblo gira
alrededor de esta casa aunque aún no se quiera dar cuenta, que sin ella los
turista no conocerían las leches de burra de Abraham Vides o las hallacas con
queso de su hermano Arístides, tampoco comprarían los besitos de coco y los
tostones de María Paleta, que se para cada sábado y domingo frente a la
vivienda, esperando a los turistas que vienen a ver los restos de un pasado.
Sin embargo, María Rodríguez dice que su fama se la
hizo ella solita, reconoce la ayuda de Francisco Pacheco, quien fuera cantante
de aquella agrupación tradicional llamada Un Solo Pueblo. Solo hay que llegar a
su casa para comenzar a escuchar la historia de que el artista visitaba siempre
la zona y cuando tocaba a su puerta la veía trabajando, batiendo la masa para
sus tortas, sus besitos y sus papitas de leche, él le prometió una canción y
por eso asegura que María Paleta es un himno a su trabajo. Llegué a su hogar y como
era de esperarse estaba batiendo en una olla los ingredientes para uno de sus
dulces, pero no solo eso, ya tenía sobre un gran mesón, una torta de ocumo y
otra de ñame, dulce de tomate, unas mermeladas, besitos de coco, tostones,
galletas, ponquesitos, suspiros, polvorosas, dulce de piña, de leche y una
hermosa gelatina decorada con la rosa de la montaña, flor típica de este pueblo.
Había cocinado toda la noche junto a su vecina Betzaida Pacheco, se esmeró en
mostrar que este lugar tiene mucho por ofrecer, me explicó que San Esteban la
recibió con los brazos abiertos cuando llegó desde Petare buscando nueva vida “es
lo menos que puedo hacer por un lugar que me ha dado tanto”. Desde su punto de
vista podría hacerse mucho más por fomentar la llegada de turistas pero reconoce
que la gente aquí es perezosa “quiere ganar de una vez y eso hay que hacerlo
poco a poco”. Ella mientras tanto sigue en los suyo “dando paleta”, así se
honra a ella misma y enaltece a un pueblo al que no pertenece pero siente como
suyo.
La sorpresa no terminó con el mesón lleno de
dulces, sino con la frase “eso es tuyo, llévatelo”, he ahí la respuesta a las
preguntas de los insensibles que me juzgan porque no rebajo esos kilitos de más; como se
rechaza tanta amabilidad, como se le dice que no a tanta dulzura. Así que con el
carro lleno de postres continuamos a buscar algo salado antes de emprender el
camino; eso nos condujo al hogar de la familia Vides, porteños que son
legendarios en este caserío, como legendarias son sus hallacas que comenzaron a
cocinarse en los fogones de este caserón hace más de treinta años. Me explicó
Arístides que su madre para hacer más entretenido este plato tan típico de la
navidad venezolana decidió hacerlo todo el año y así la gente no lo extrañaría,
pero además comenzó a ponerle ingredientes poco usuales a la receta, así le
salieron hallacas con fresas, piña en almíbar, duraznos y su clásico, la
hallaca con queso. Cuando llegué hacía ochenta que le encargaron para llevar, pero
por lo menos una pude saborear para no irme sólo con el aroma. Lo que si pude
ver y probar a mis anchas fueron los brebajes que prepara Vides, pócimas que
según él han hecho felices a más de uno y que le han dado (según su exagerada
cuenta) unos seiscientos nietos putativos. “todos vienen buscando cura a sus
enfermedades o pretendiendo concebir una nueva vida y según el curandero las
ramas de los bosques de San Esteban tienen la propiedad de remediarlo casi
todo. La verdad es que las pócimas saben horribles, pero los clientes hacen
caso omiso al mal sabor, pues por menos cuatro parejas llegaron buscando
consuelo en el momento que conversaba con Arístides.
Seguimos la ruta y los árboles se van juntando, el camino de tierra se cierra y las aves se sienten más libres de entonar sus cantos. Pasamos pequeños precipicios, nos rodean bellas mariposas azules, vemos pequeños riachuelos, pasamos por encima de algunos troncos caídos y comienza a llover, una de esas lluvias que limpia el alma. Transcurren las dos horas que nos había asegurado Jaime que duraba el recorrido y aún no vemos el puente, veinte minutos más tarde se abre ante nuestros ojos un pozo cristalino y algo profundo, rodeado de vegetación, profunda, alta. Es imposible no querer lanzarse a sus aguas, entregarse a la naturaleza. Nos quedamos durante un rato contemplando el lugar, viendo como un colibrí se bañaba en las aguas del río. Jaime explica que estamos a mitad de camino del puente que alguna vez cruzaron los españoles para transportar café y cacao entre Valencia y Puerto Cabello. Decidimos devolvernos porque ya es tarde, pero prometemos volver para completar la ruta, para conectarnos nuevamente con la soledad del espacio y hasta con el pasado.
Fotos: Raymar Velásquez (@raymarven)
Gracias
ResponderBorrarGracias
ResponderBorrarYo hice eso hace siglos. ..llegue hasta un sitio que se llama Cachirí. ...los ríos me parecieron famosos. ..de.esa experiencia son entre 25 a 28 años. ..casi nada. ...creo que no habías nacido???
ResponderBorrarYo hice eso hace siglos. ..llegue hasta un sitio que se llama Cachirí. ...los ríos me parecieron famosos. ..de.esa experiencia son entre 25 a 28 años. ..casi nada. ...creo que no habías nacido???
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