A oscuras tomé una pequeña linterna que por alguna casualidad
compramos un día, estoy segura que no lo hicimos pensando en que nos
dedicaríamos a acampar, subir montañas caminando, estar en sitios sin
electricidad o visitar cuevas; sé que no fui yo quien compró la linterna. Caminé a casi a tientas, abrí la
puerta de mi habitación y pasé a la que me quedaba justo en frente, cuando
viajo con los niños siempre trato de que nuestros cuartos queden juntos, mañas
de madre, miedo de viejita prematura. Abrí entonces la puerta de la pieza
asignada a ellos y los encontré arropados hasta el cogote en una misma cama y
las otras dos vacías, la luz de la Tablet
les alumbraba la carita. Pregunté: ¿están asustados?, -no mamá, contestaron – solo
estamos jugando juntos. Volví a cerrar la puerta sonriendo, esto de venir a
este lugar estaba resultando como lo esperaba.
Llegamos antes de mediodía a San Ramón. El camino
desde Mérida hasta esta zona de Barinas es uno de los más bonitos que he visto,
hay verde a cada paso, el ambiente de bosque arropa y oscurece el espacio, es
una mezcla de misterio y gracia. Ya la advertencia estaba hecha, a donde íbamos
no había señal de celular, internet y nada de televisores; debíamos subir hasta la
posada en mula o caminando, todos fruncieron el ceño. Mis hijos están acostumbrados a viajar
conmigo, pero este sabía, sería uno de esos viajes de largas caminatas, de
actividades extremas y todo sin ese relajante muscular llamado tecnología. Nos
esperaba ya, en el punto acordado, sonriente Isidoro Valero, con cuatro bestias
y dos vecinos; nos distribuimos en dos grupos y comenzamos el ascenso. Ya por
correo Félix, su hermano, me había dicho que desde el punto donde había que
dejar los carros hasta su posada se transitaban cuarenta minutos que podían
hacerse caminando o en animales de carga, él muy amable envía a sus huéspedes
un correo con coordenadas, descripción de la zona y algunas advertencias para no
los agarre desprevenidos a la Mucuposada
Valle Encantado.
Por el camino Isidoro dirigía el animal y
conversaba, nos explicaba todo cuanto veíamos. Comenzó por excusar el camino de
tierra y rocas que se abre hasta llegar a su casa, siguió contando que San
Ramón es un caserío que se encuentra entre Altamira de Cáceres y Calderas y que
no hay más de veinte familias que habitan la zona, miró al frente y nos
presentó el Cerro El Gobernador, montaña que comparten con Calderas, que los
identifica y que utilizan para hacer largas caminatas con pernocta para los
turistas aventureros en sus selvas húmedas. Saludamos algunas personas en el
camino, extendían café en el suelo, fue allí donde escuché hablar por primera
vez de este fruto en el viaje, y escucharía sobre él hasta el final de este;
nuestra familia anfitriona nos llevaría al día siguiente a un paseo que se hace
por las siembras que ellos tienen en sus predios donde le explican al turista como
a través de su cosecha orgánica tratan de impactar en menor grado posible el
ambiente. Miré hacia atrás, atrás de las cámaras y vi el
rostro sonriente de mis hijos viendo las flores amarillas que adornan el
camino, disfrutando pasar por las pequeñas quebradas, aprendiendo que hay
tantos que son felices con tan poco.
No voy a mentir diciendo que el viaje en mula es
cómodo, pero cuando lo hagan solo piensen que hay alguien que lleva al animal
caminando y seguro se cansa más, además de
eso recuerden que las recompensas se encuentran arriba, en la sonrisa de Félix,
su madre y ese rico picadillo que da la bienvenida. Recorro con Félix la casa,
una simpática vivienda en medio de la montaña, con pasillos llenos de matas y
flores, carteleras que informan sobre la cantidad de aves y especies que se
pueden ver en los alrededores, algunos de esos pajaritos revolotean alrededor. Al entrar hay una gran
sala donde está el comedor y la cocina,
a los lados tres habitaciones cada una con su baño, limpias, ordenaditas y
bonitas, decoradas con sencillez, pero con una calidez que traspasa las
paredes. Este proyecto comenzó para la familia Valero Albarrán a principios del 2000 cuando se
vieron beneficiados por una de las trescientas
setenta y cinco microempresas
comunitarias que ha impulsado en el país la Fundación Andes Tropicales, cuya
intención es generar este concepto de alojamiento turístico en lugares rurales
para que sean manejados por familias de la zona que tengan conocimiento del
lugar y transmitan el amor por el mismo a sus invitados.
Luego del recibimiento ellos nos dejan para que nos
ubiquemos y es allí donde cada quien se pone a lo suyo, Raymar toma
fotografías, el camarógrafo hace unas cuantas imágenes y los niños corren por
todo el sitio. Volvemos a reunirnos para la cena, Esperanza me dice – esto es
un agasajo. Se siente tan bonito que de entrada el trato sea tan auténtico. Si de
alguna manera pudieran describirse un poco a los habitantes de esta zona habría
que hablar sobre su comida, porque quienes viven en esta región gracias a la
cercanía de la montaña y la sabana no saben si sentirse por completo andinos o
decir que son llaneros. Así que la comida es un elemento que los define, arepas
de trigo para el desayuno, carne en los almuerzos. La de esa noche hizo honor a
la tierra el joropo, carne en vara, yuca hervida y ensalada, que estuvieron aderezadas
con juegos de cartas en los que participamos todos. Solo nos corrió de nuestra
tertulia la lluvia que amenazaba ya con sus gruesas gotas, de repente el manto
de estrellas cedió paso a las nubes que dejaron escapar los rayos. Como era de
esperarse se fue la luz en medio del aguacero y por la ventana solo se veía
cuando alumbraba el relámpago, y enseguida se escuchaba el trueno.
Siempre he tratado que Jessika, Carlos y Paola mantengan una
relación más allá de la hermandad, no me molestaría que se conforme entre ellos
una cofradía; los dos mayores lo han logrado pero aun no consigo que incluyan a
la menor, que quizás por su personalidad y su edad no termina de acoplar con ellos.
Por eso al entrar al cuarto y verlos a los tres en la misma cama compartiendo
el miedo por el apagón y la lluvia, calentándose del frío con una sola cobija
que los cubría a los tres y jugando con
el único aparato que tenía carga no podía hacer otra cosa que sonreír y dar
gracias al momento y a la familia Valero.
El siguiente pueblo en el camino es Calderas, una
de las tres parroquias que conforman el municipio Bolívar del Estado Barinas. Se
llega a él luego de pasar Altamira de Cáceres y San Ramón, dicen que este
asentamiento se formó luego de que se desplazaran habitantes de Altamira veinte
kilómetros más allá de su lugar de residencia. Calderas produjo en alguna época
café, panela, aguardiente, cambures y cítricos, hoy se aferra al café y al
turismo como modo de vida. Después de comer un menú de sopa de gallina, seco compuesto
por papas cocidas, pollo o carne y
ensalada, y el infaltable café nos encontramos con Heisy Castro, se autodenomina baquiana de la zona, trabajadora de
turismo, principalmente en su pueblo. Su ilusión de trabajo consiste en que más
personas vengan a visitar Caldera y caminen estas calles que pareciera se
hubieran detenido en el tiempo, admiren sus casas coloniales, disfruten de su
clima fresco y conozcan a sus habitantes, esos que les pueden mostrar cómo se
hacen jabones artesanales por esta zona, como se obtiene papelón de la caña de
azúcar y como el misterio forma parte de sus vidas. Con Heysi fuimos hasta la
entrada de la finca cafetalera donde comienza el recorrido hacia el Pozo Azul, mayor atractivo turístico de
este poblado. Desde allí hay unos veinte minutos de caminata que van entre
matas de café y árboles centenarios altísimos, pequeñas quebradas que advierten
la presencia de un río, que nunca se ve, pero que cada vez se escucha más
fuerte. A Heysi le encanta adornar su guiatura con leyendas y comienza pidiendo
a los turistas que no hagan ruido, que caminen en silencio para que no se
alboroten el pozo, dice ella, y todos los habitantes de Calderas, que sus aguas
tienen propiedades mágicas, que no hay vida animal en ellas, que nunca nadie se
ha metido allí por miedo a que se lo trague la profundidad de la laguna, y muy
importante, que si hay risas, gritos o escándalos, comienza a llover, un
diluvio tan grande que asusta a todos en el pueblo. Todos tenemos clavados la
mirada sobre Heisy, atentos, esperando que pase algo, los niños caminan con
cuidado, mirando a todas partes, como si fueran en un fragmento de una película
de aventuras, creo que se sentían que pronto comenzaría a su alrededor la última
marcha de los “ents”, con grito del árbol incluido, con cientos de plantas
caminando a su lado, la naturaleza en movimiento y encantada, imaginándose en
el segundo volumen de El Señor de los Anillos, realmente la película, no leímos
el libro. Nuestra guía nos lleva atentos, temerosos, y cuando se abre el camino
y el pozo queda desnudo ante nuestros ojos el asombro es entonces el que se
apodera de nosotros. No me canso de decir que el agua de este pozo es serena,
de tonos turquesas que combinan con la pequeña selva que tiene a su alrededor. Si
uno se acerca no se ve fondo, no se ve vida, pero tal vez la historia
fantástica y la sugestión te hacen pensar que te atrae, que te enamora.
En nuestro último día fuimos a Altamira de Cáceres, pueblo barinés que parece una bella estampa
andina, un lugar donde el zapatero forma parte del inventario de la comunidad,
no solo reparando sino fabricando calzado en cuero aunque esto represente un
gran sacrificio para él por los altos costos del material. Altamira es ese
sitio donde el pastelero se pasea por sus calles con empanadas y pasteles
calientes, con el respectivo picante para acompañar, donde llueve con la misma
intensidad que escampa y donde se hace intenta vivir del turismo. Uno de los
más empeñados representantes de este sector en el poblado es Gregorio Montilla, no solo por
vivir aquí, sino por sentir su tierra. Es licenciado en bioanálisis pero
encontró en los espacios naturales de su tierra una excusa para disfrutarlos y
compartirlos con otros. Gregorio nos llevó a su campamento Grados Alta Aventura, una posada ubicada a las afueras de Altamira,
a la que se baja luego de descender un buen número de escaleras para quedar
inmerso en la naturaleza. Grados tiene cuatro habitaciones bien equipadas y
decoradas con ese estilo que llaman rústico. La presencia de su tío Efrén
Montilla, un artista del pueblo, se
evidencia en la arquitectura de la estructura, la presencia de la mano familiar
se siente desde el primer momento. La cena la preparan la hermana de Gregorio o
su esposa, uno de sus hijos mayores estudia cocina para ayudar también en esa
área. Las actividades las comandan los
hijos de Montilla y en ninguna se da permiso a la pasividad. Hay canopy allí
mismo en la posada, rafting en el Río Santo Domingo, senderismo en los caminos
verdes de Altamira y barranquismo en el Chorrerón. Aunque esta era mi cuarta
vez en el campamento, no había ido nunca a esa cascada, así que esa fue nuestra
primera aventura. Luego de caminar por el pueblo bajamos unos trescientos
escalones para llegar al río por el que empezamos a caminar, hasta que ya no
hubo más remedio, teníamos que lanzarnos para seguir la ruta. Por razones de
logística de grabación del programa la que primero se tiró al agua fui yo. Son apenas
dos metros de caída pero siempre he sido cobarde, así que hago un amago
preliminar para finalmente caer al agua fría, liberadora; se siente divino, es
como despojarse de muchas cosas mientras bajas. No terminé de disfrutarlo
porque comenzó mi sufrimiento con los niños, ¿será que pueden hacerlo?, ¿se
irán a lastimar? La verdad no hubo mucho tiempo de pensarlo porque ellos
estaban más emocionados que yo. Paola fue la primera, no hubo que alentarla
mucho, a sus ocho años es una aventurera, quiere volar en parapente, subir a
ultralivianos, lanzarse de toboganes, subir paredes de escaladas. Jessika la
siguió con verdadera alegría en su rostro y Carlos continuó con un poco más de
precaución. Lo que vino fue continuar caminando por la ruta el río, deslizarse
por algunas lajas y finalmente llegar a la cascada, hermosa pero alta. Los que
me conocen sabrán que no bajé, pero si mi hija mayor, de ella fue el protagonismo
que se vio en las imágenes de televisión.
La ropa no había terminado de secarse en el cuerpo
cuando ya estábamos en uno de los vehículos del campamento, rumbo a otro
destino, esta vez para terminar la actividad del día haciendo rafting. Conozco a
Goyo desde hace muchos años y siempre le
he escuchado decir que el rafting es un ejercicio ideal para practicarlo
entre un grupo de amigos, miembros de una oficina y familias. Este ayuda a
mejorar el trabajo en equipo, a acatar órdenes y a velar por la seguridad de
tus compañeros. En la balsa todos tienen que ir al mismo ritmo para que ella se
mantenga nivelada sobre el agua, eso debe hacer una familia en la vida, tratar
de remar en un mismo sentido y mantener el barco a flote para que este no se
hunda. Así que no se dijo más y por eso con esposo, hijos y miembros del equipo
de trabajo nos embarcamos en el bote y luego de las instrucciones nos fuimos
río abajo remando a la voz de mando, obedeciendo las instrucciones, bajando y
subiendo por los rápidos, gritando de felicidad por el paseo. La intención de
este viaje había superado las expectativas, hubo abrazos, camaradería y juegos en grupo, hubo alegría y una
inyección de eso que tanto necesitamos en este país en los últimos años, unión
familiar, tuvimos la oportunidad de darnos cuenta que hay más de uno que está
trabajando en equipo para sacar su propio barco a flote. De familia a familia infinitas
gracias.
Como siempre las fotos de nuestros viajes son de Raymar Velásquez. Si quieren ver más
imágenes pueden seguirlo a través de @raymarvelasquez
Si quieren conocer a todas estas familias hermosas
que nos abrieron las puertas de sus casas y que seguro están esperando por
ustedes también aquí tienen los datos:
Mucuposada
Valle Encantado / San Ramón
Contacto:
Félix Valero
Teléfono:
0416-1301063
Guiatura hacia
Pozo Azul / Calderas
Contacto:
Heisy Castro
Teléfono:
0416-8727183
Grados Alta
Aventuras / Altamira de Cáceres
Contacto:
Gregorio Montilla
Teléfono:
0416-8774540 / 0414-7408512