miércoles, 9 de septiembre de 2015

MARACAIBO COMO AMULETO


Los Cuentos de mi Tierra cumple este mes de Octubre dos años al aire y para recordar cómo empezó todo les narro  un trocito de la grabación nuestro primer destino de esta aventura.

He cruzado el puente sobre el Lago de Maracaibo de día, de noche, amaneciendo, a medianoche. No me es ajeno, con peaje y sin él, estudié mi carrera en esta ciudad y no solo la conozco, la quiero. Sin embargo, esta vez era diferente, una cosquillita extraña me atacaba el estómago a medida que el sol pasaba de rojizo a amarillo sobre las aguas que han sido motivo de canciones, de luchas ambientalistas e incluso de pensamientos suicidas.

Aunque yo llevo en esto de viajar y hacer programas de turismo un tanto más de lo que cree la gente, probablemente Los Cuentos de mi Tierra es lo más importante que en esta materia he realizado, porque es mío, mejor dicho, nuestro, nos ha costado lágrimas, sudor y sangre. No sé cómo será para el resto de los viajeros o los que hacen programas de televisión pero yo he dejado todo en un proyecto en el que creo, con el que sueño, al que cuido y al que por supuesto quiero. Soy de las que cree en la causa y el efecto, en las consecuencias, las casualidades y las causalidades, y tal vez mucho del camino que hemos recorrido tenga que ver con el comienzo de esta aventura.
Salimos a las seis de la tarde de Caracas aun cuando nos habíamos citado a las dos, era obvia la novedad, la independencia, aun cuando varios de los miembros del equipo teníamos harta experiencia trabajando en televisión, ninguno había sido su propio jefe hasta ahora, eso nos daba el lujo de demorarnos y nos hacía cometer el error de salir tarde. La demora en la hora de salida de Caracas fue la razón por la cual cruzábamos el puente Rafael Urdaneta a las cinco y media de la mañana, con cara de trasnochados, con ojeras casi imposibles de tapar con maquillaje. Lo cruzamos, para volver en tan solo tres horas a ese mismo escenario, pero esta vez para admíralo desde abajo.

Las ciudades venezolanas tienen tesoros que muchas veces no saben cómo utilizar a su favor. Con un espacio como el Lago de Maracaibo con todo y su contaminación es necesario buscar la manera de recorrerlo desde varios puntos de vista y en eso anda Damelis Chávez, aunque con sus trazos revolucionarios que no le dejan ver por completo el panorama, trata  que sean los niños los primeros en aprender sobre este espectáculo. Por eso ella fue nuestra primera entrevistada, queríamos mostrarle al televidente el puente por encima y  por debajo, y el sentimiento que genera en los habitantes de la ciudad. El recibimiento nos despertó de la somnolencia que traíamos, pues un conjunto de gaitas, una agrupación de joropo y decenas de niños en formación nos dieron la bienvenida; Damelis se sentía orgullosa de su proyecto y quería que no pasara desapercibida la oportunidad de mostrárselo a todos. Luego del protocolo subimos al Chiquinquireño, un catamarán privado que pasó a manos del sector público (una bonita manera de decir que fue expropiado). El área central estaba llena de computadoras con juegos interactivos para los niños, información sobre el lago que iban soltando poco a poco durante el viaje. Esto se combinaba con la experiencia de subir a la cubierta, ver los tanqueros y otras embarcaciones sobre el agua y finalmente llegar al puente, “mollejuo” como dirían por aquí, si se mira desde abajo. El punto central del recorrido consiste en pararse justo en la pila número veintiuno del puente, famosa desde su construcción pues muchos creen que es la más alta por el efecto visual que genera la forma de la estructura. Aunque la que está en el medio es la sesenta y siete todos creen que si se lanzan de la veintiuno el impacto será infalible.




Acalorados seguimos la jornada para transitar por encima del gigante de hormigón, esta vez acompañados por la gente de la Fundación Tranvía de Maracaibo; tienen cinco unidades que han vestido  de trenes con capacidad para treinta personas. Ellos han organizado varias rutas para conocer la ciudad y una de ellas incluye el paso al otro lado del puente para ir al pueblo de Santa Rita por el simple placer de comer un cepillado. Muchos dirán que esto no tiene mayor gracia, pero el calor en la capital zuliana es tan agobiante que bien vale la pena cualquier recorrido para refrescarse. Además se pueden escuchar datos interesantes  sobre la estructura que podrían utilizarse por si alguna vez uno decide ir a Quien Quiere ser Millonario. Edimar Madrid, la guía que hizo nuestro recorrido nos contó que la vía se construyó sobre ciento treinta y cuatro pilas que comunican al Estado zuliano con el resto del país. Nos dijo que la obra fue terminada en 1962 y que mide un poco más de ocho metros; todo esto mientras se nos hacía la boca agua pensando en los helados.
Maracaibo está lleno de carritos  con ruedas de bicicleta que transitan sus calles con un bloque de hielo en su interior dispuesto a ser raspado, y como en esta tierra el tema de las calorías pareciera no ser un problema pues lo acompañan con sabores artificiales y hasta leche condensada. La novedad de estos locales que se encuentran en Santa Rita es precisamente el sabor, el jugo que se agrega al  hielo raspado es de frutas naturales, delicioso coco, refrescante tamarindo, alegre fresa. Se siente como pasa por la garganta el frío que aligera calor aunque sea por unos minutos.





El apetito es algo que aquí no se puede controlar, no sé si por las altas temperaturas, o porque sí, en Maracaibo comen mucho. Con el estómago retorciéndose de hambre nos fuimos a caminar el centro de Maracaibo, para probar platos  típicos de la cocina zuliana.  Como conozco la ciudad voy directamente a donde sé que se puede saciar el paladar y obtener una buena grabación. En una de las pocas calles que quedaron de lo que era el barrio de  El Saladillo y ahora todos llaman La Calle Carabobo se encuentra Caribe Concert. Decir que es solo un restaurante es mentira, ellos se hacen llamar templete y por ahí va la cosa; en una gran estructura conviven varios ambientes, el principal al aire libre con una tarima  para espectáculos, un área VIP que desde arriba mira un barco y una piscina para los niños, y luego un restaurante pequeño en un espacio con aire acondicionado. Es allí donde se sirven precisamente los más suculentos platos que hacen reverencia a la comida zuliana. Lo más típico es la torta de plátano que no es otra cosas que  varias capas de tajadas fritas con jamón, queso y carne, una versión del pabellón donde colocan sobre una cama de caraotas dos bolas de plátano maduro relleno de carne mechada cubiertas con queso blanco, un arroz con coco y camarones que enamora en cada bocado, y  la macarronada, algo que no puede faltar en el menú. Este  es un plato con un sabor muy navideño, pues es en esa época donde los hogares de este suelo lo preparan. Tal vez este sería uno de los mejores representantes de la personalidad marabina; la macarronada tiene de todo, pero nada le queda mal, es exagerada, estrambótica, combina pollo, huevos duros, aceitunas, salchichas, tocineta, todos ingredientes principales, que brillan por separado pero que se amalgaman muy bien en esta receta. Comimos hasta quedar nuevamente con cara de sueño, el trasnocho cobraba cada vez más su cuota, pero sacamos fuerza para conversar con Augusto Pradelli  y Thamairys Bravo, los dueños del lugar. Pradelli es cineasta, ha hecho videos y comerciales, le gusta el brillo del espectáculo, los aplausos; por eso creó este sitio detrás del hotel Caribe, propiedad de sus padres. No hay que confundirse con su apellido porque es marabino hasta la médula, lo que se refleja en  su local  lleno de verdes, naranjas y amarillos, de techos muy altos, de personajes que caminan disfrazados por todos sus salones. Su esposa Thamairys hace las veces de anfitriona, ella anima los montajes que su marido prepara, verdaderas obras de teatro que se presentan cada fin de semana. Para este matrimonio todos los viernes se levanta el telón, para los que viven en esta ciudad, la llegada de este día indica el comienzo de la rumba.



Al siguiente día ya más descansados iniciamos las grabaciones en el Teatro Lía Bermúdez un espacio que fungió como mercado de la ciudad y que fue convertido por la artista que da origen a su nombre en centro cultural, en espacio para el arte. Sigo pensando que aquí nada se produce al azar, que las estructuras que engalanan o no las tierras marabinas han sido dispuestas para hablar sin palabras de la gente de este pueblo. Este centro fue durante cuarenta años el mercado municipal de Maracaibo, y a su lado comienza o termina la convulsionada Plaza Baralt, muy cerca se encuentra el llamado Callejón de los Pobres y un poco más allá un lugar llamado Las Playitas. Todos estos sitios son hogar de vendedores informales, esos que ofrecen de todo en medio del calor, el sudor y hasta la suciedad. Una vez encontré  vestidos de quince años, esponjados, con armadores que para probárselos había que improvisar unas cortinas que sostienen dos vendedores en medio de la carpa de venta. Pues bien, en medio de ese caos, de esa inyección de cotidianidad se encuentra este centro que es museo, sala de teatros y conciertos, tienda de arte y nuevo ícono de una comunidad. Me encontré aquí con un amigo; desde que comenzamos a darle forma al proyecto queríamos combinar varios placeres en uno solo, y la música es ese elemento que determina muchas cosas en la vida. Nos acordamos de un ex novio por una canción, un ritmo puede haber sido el motivo de la fiesta perfecta, una melodía nos hace llorar, sonreír, amar. Entonces como no darle su merecido lugar en un espacio que nos imaginamos siempre tan emotivo, un programa que estaba cargado de nuestros sentimientos. Esa era la razón por la que Nelson Arrieta (http://www.nelsonarrieta.com/), cruzaba en ese momento la puerta del Lía Bermúdez, esa y que además había sido mi compañero de universidad. Con el recorrería los pasillos de esta institución para ver las exposiciones, los rincones del edificio, la sala de conciertos, donde más de una vez él había cantado. Pero este no era el único lugar que Nelson quería que viera. Para los maracuchos, así suena más sabroso llamarlos, la devoción a la Virgen de la Chiquinquirá es algo muy importante; para muchos su día comienza con una visita a la Basílica donde se encuentra la imagen que fue descubierta hace cientos de años en una tablita, no importa a donde se dirijan ni de donde vengan. Nelson es igual, cada vez que puede la visita, me contó que le debe mucho de su carrera a la Virgen Morena, le agradece por su vida personal y le canta para rendirle homenaje. Fuimos entonces hasta el Paseo Ciencias, donde se ve grandísimo el templo a lo lejos. Otra  de los rasgos que forman el carácter de los habitantes de este suelo es su gusto por la magnificencia, por todo aquello que sea ostentoso, este santuario lo es. Tiene tres naves con puertas inmensas que introducen a dos pasillos laterales y uno central, con tres hileras de pesadas bancas blancas, adornadas con formas de arabescos en su espaldar. Un gran altar guarda una tabla de madera con la imagen de la Madre de Dios, y una corona que pesa diez kilos y tiene joyas preciosas. Hasta allá llegamos caminando con verdadero fervor, yo porque me crié católica apostólica y romana y Nelson Arrieta porque da gracias cada día a La Virgen que se venera en su tierra. Allí no solo hicimos imágenes del techo pintado con figuras angelicales, de nuestra caminata por el pasillo hasta el altar, de la gente que va a orar cada día, yo aproveché para pedir bendiciones para la nueva etapa que comenzaba,  larga vida para el proyecto, encontrarme con gente buena en el camino, sonrisas por doquier que tanto se necesitaban en ese momento y ahora más, y muchos kilómetros de aprendizaje. La Chinita me los ha concedido, todos esos deseos se han cumplido en dos años de recorrido. Debo ir ahora a darle las gracias por tanto.





Salimos de la iglesia para comernos un cepillado nuevamente, el calor de  Maracaibo es difícil de explicar, es algo que se sufre y se goza a la vez. Caminamos hacia la plaza del Rosario, frente a la iglesia. También colosal, con una Virgen de ocho metros, fuentes y bancas. Todo esto en algún momento formará parte de un complejo turístico que se terminará de construir algún día.




Como la intención del programa era mostrar el puente de Maracaibo desde varios puntos de esta metrópoli, terminamos las grabaciones en el Parque La Vereda del Lago, un complejo que se construyó a orillas del agua, donde la gente va a ejercitarse. Nosotros fuimos cuando ya caía el sol para montar bicicleta, allí las alquilan, lo malo de la idea era que ya todos estaban muy cansados para subir a una, las horas de sueño nunca se recuperan pensé yo; por lo visto tengo más energía que los cuatro hombres que trabajan conmigo, o por lo menos trato de aparentar fuerza, por eso tomé una, una cámara pequeña y me fui a grabar unos planos míos pedaleando. Mientras daba unas vueltas pensé que esta ciudad siempre me trajo suerte, una carrera, los mejores amigos, las personas que se convirtieron en mi familia escogida, porque entonces no escogerla como amuleto del inicio de algo bueno, así fue como Maracaibo se convirtió en el capítulo uno de nuestro proyecto de vida, y en mi amuleto de buenos presagios. 


No se que haría sin las fotos que Raymar Velásquez hace en cada uno de nuestros recorridos. Vamos mirando por ahí la vida, yo con mi cuaderno  de notas en mano, él a través de su lente.