Chuao:
Amor por el Suelo
Cada vez que visito el pueblo de Chuao regreso con
ganas de querer más lo mío. En esta vida de viajes siempre conozco gente que se
desvive por su espacio, que da todo por él. Me he preguntado como hace la gente
para sentir tanto por un pedacito de tierra de forma tan desinteresada. Y después
digo, esa es Venezuela, así la conocí pequeña.
Esta comunidad se encuentra ubicada en la costa del Estado Aragua y solo se llega a ella a través del mar porque si se busca el sendero de tierra
habría que atravesar las montañas y seguir los viejos caminos que permanecen
transitables a pie, y sería toda una aventura. Así que lo más fácil para muchos
turistas es tomar una lancha en Puerto Colombia (Choroní) y recorrer unos
veinte minutos que en ocasiones se convierten en los más largos de la vida si
el mar está bravo. Las embarcaciones llegan a la playa de Chuao y quien desea
arenita se queda en la orilla y simplemente extiende ahí su toalla y se tuesta
por lado y lado, pero eso no es lo busco yo, así que nos subimos a un camión
que hace las veces de transporte y por un pago mínimo en diez minutos después
de pasar el río que forma de la vida de la aldea comienzan a abrirse las calles del pueblo
ante nuestros ojos.
Chuao es un pueblo ordenadito, con dos calles principales,
una por la que sube el transporte público y otra por la que baja. Sus casas son
de reciente construcción y dice Manuel Luzón, dueño de la posada más grande y
bonita de la zona que fue gracias a Elías Jaua y su enamoramiento con el pueblo.
Manuel tiene sus raíces aquí y se ha convertido en una especie de dirigente, pero
también se ocupa de La Luzonera una casa de playa con ocho habitaciones, todas
con baño, recalca. Hace además paseos hasta el Chorrerón, una cascada hermosa
que promocionan en los últimos años y que se descubrió por casualidad. Me explica
Luzón que el actual Ministro de Comunas y Movimientos Sociales en su momento
junto al fallecido presidente Chávez apoyó a los habitantes de esta comunidad, se
les construyó casas más bonitas, se acomodó la carretera con sus canales para
que no se empozara el agua y hasta les donaron un autobús para llevar a los
niños a la escuela. Me dice Manuel que todo se mantiene bonito porque en este
pueblo la mayor parte de sus habitantes son organizados y eso se demuestra en
la cooperativa de cacao más exitosa de Venezuela, por eso y por su gente buena él
quiere que lo entierren en este suelo.
La sede de la Empresa
Campesina de Chuao queda justo frente a la plaza de secado, espacio muy
importante de la historia del pueblo; no sólo porque es un anexo de la iglesia construida desde hace más de 400
años, sino porque allí se realiza buena parte de la actividad diaria de los
socios de la compañía. Entre la casa amarilla donde se guarda el cacao y la
plaza se pasean mujeres toda la mañana, revisando el proceso de fermentación de
la semilla, extendiéndola, removiéndola con una especie de haragán y
recogiéndola cuando ya está seca para llevarla sobre sus cabezas en grandes
cestas. Dice Haidé Aché, secretaria de esta
compañía donde participan sesenta socios (casi todas féminas) que ellos
producen el mejor cacao del país porque cuidan la siembra, el agua con que se
riega y porque su proceso de fermentación dura siete días donde es cubierto el
tanque con hojas de plátano y cambur. Son 447 años de siembra que no pueden
pasar por debajo de la mesa, en algún momento este producto cotizó en la bolsa
de valores de Walt Street asegura una vez más Manuel Luzón, quien me sigue
acompañando a caminar el pueblo y a conversar con su gente. No sé si esto sea
cierto, lo que sí es verdad es que este producto tiene denominación de origen y
eso es gracias al esfuerzo y trabajo de los productores que les ha permitido
alcanzar ese estatus.
Sigo el camino con Haidé hasta atravesar el río en el que unos niños juegan, ella me muestra
la siembra, me habla del delicado trabajo que hacen al cortar la maraca de
cacao sin lastimar el tallo para que pueda salir una nueva. Ahora no hay mucha
fruta verde, es porque están saliendo de la cosecha, la Pascuera la llaman
ellos. Luego vendrá Cuaresmera y la Sanjuanera que se une a las fiestas en
honor al santo. Me comenta también Haidé
suspirando que para ella Chuao lo es todo, es el mejor lugar donde Dios la pudo
haber hecho nacer. Termina su exposición diciéndome que una chocolatera estadounidense
se está llevando unas veintitrés toneladas de cacao anualmente, pero que la
meta es que muy pronto los bombones con calidad de exportación salgan
directamente del pueblo, que en el empaque no se lea “cacao venezolano” sino “producto
hecho en Venezuela”.
Mientras tanto en el poblado hay una cuantas mini
fábricas improvisadas, casas en donde se hacen dulces y se venden los productos
hechos con el cacao; en una de ellas trabaja Dubraska Liendo, con tan sólo 18
años se encarga de hacer bombones, tabletas, de temperar, de vender. Ella me
explica que eso lo lleva en la sangre porque desde que nació está viendo la
planta, pero también reconoce que en el colegio la materia “Maestro Pueblo” la
ayudó, allí les hablan de todo lo referente al fruto que es algo así como su
oro o petróleo. Dubraska quiere estudiar alguna carrera relacionada con las
relaciones públicas, dice que después regresará a su pueblo para encontrar la
forma de venderlo al mundo, quiere que más personas sepan dónde queda y lo que hacen
que para ella es tan importante.
Con Octavio
Chávez vuelvo a la iglesia, quiere que vea como quedó de bonita la estructura
en honor La Inmaculada Concepción. Estuvo a punto de caerse pero lograron
restaurarla, al igual que las imágenes que son casi de la misma edad del templo
y del pueblo. Aún no tienen párroco así que ellos se encargan de abrir las
puertas y cerrarlas, de organizar eventos, de traer un cura cuando se necesita.
Es tan importante esta estructura que las campanas solo se tocan cuando algo
importante ocurre, esto casi siempre estará ligado a una desgracia. Octavio,
quien prefiere que lo llamen Chipilín, estuvo al frente de la recuperación y
ahora de su resguardo, asegura que lo hace por amor a su pueblo, él proviene de
una familia numerosa, dieciocho hermanos, todos habitantes de Chuao, “como no
querer esta tierra si me lo ha dado todo”. Cuando le pregunto que es Chuao para
él me contesta: “Chuao significa mi vida, Chuao significa mi sangre, y Chuao para
mi es lo máximo, sin Chuao yo no puedo vivir”, eso me quedó grabado en la mente
y en el alma.
En la Luzonera, la posada de Manuel, nos
organizaron el almuerzo, justo como lo hacen con los turistas; pescado fresco
frito, arroz suelto y muy blanco, tostones de plátano. Con el estómago lleno y
las ganas de quedarnos partimos hacia otro destino, no sin antes comprender que
la característica más grande de este pueblo es el amor por el suelo donde
nacieron, la hermandad y el instinto de preservación del espacio para las
futuras generaciones.
Emeterio
Morillo, el hermano de Octavio nos da la cola en su lancha, a él lo conozco
desde hace casi siete años, siempre lo llamo para preguntarle por la vida en su
pequeña patria y siempre cuenta cosas buenas. El orgullo por lo suyo también se
le derrama por los poros y ahora trata de inculcarlo en sus tres hijos, todos
varones, quiere que salgan a formarse, pero que regresen a ayudar a los suyos,
por eso el más pequeño lo acompaña en la lancha, sabe dirigir el peñero y
pescar. Emeterio nos deja en Cepe, pero eso ya forma parte de otra historia.
Fotos: Sin él no sería lo mismo ilustrar cada recorrido, gracias Raymar Velásquez