Valera fue la pequeña ciudad donde me crié, el
sitio escogido por mi padre para establecerse una vez salimos de Colombia. Él decía
que este lugar le permitía estar más cerca de la familia porque sus centros de
trabajo (él era comerciante) estaban en Maracaibo, Barquisimeto, Mérida,
Barinas. La verdad es que igual siguió viajando y lo veíamos poco, pero el tiempo
que nos dio siempre fue de calidad, de extrema calidad.
He vuelto, siempre vuelvo por una u otra razón,
pero hace poco regresé para grabar un programa y quede agradada, contenta con
el empeño que le están poniendo sus habitantes al tema del turismo; quieren que
la ciudad compita en esta materia, quieren hacerle saber a los visitantes que
ellos están creciendo pero que continúan teniendo ese aire de intimidad, de cercanía
que los caracteriza.
Comencé como siempre visitando el Mercado Principal
y aquí explico la razón por la cual siempre asisto a esos espacios. Le pedí a
mi papá Ramiro Paz que me acompañara a hacer ese recorrido. Este gran hombre,
obvio que lo diga es mi padre, considera que sociológicamente estos centros de
acopio determinan en parte el comportamiento de las sociedades. Dice que aquí se
despacha gran parte de lo que produce una tierra y que este es el lugar donde
se reúnen ricos y pobres sin distinción para obtener lo mismo: víveres.
Con el recorrí los pasillos de un lugar que tiene más
de cuarenta años en el mismo sitio, que es convulsionado, escandaloso mas bien.
Saludamos a varios de los amigos que visita cada domingo cuando hace sus
compras. Como en todos los mercados, se encuentra la zona de las verduras, En
Trujillo se siembra gran parte de ellas; el sector de La Puerta, Boconó y otras partes frías
ofrecen zanahorias, lechugas, papa. En la Zona Baja se cultiva cambur y plátano.
La ganadería es otro de los fuertes de esta región y aquí se consiguen
diferentes cortes de carne. En este centro hay flores, el acostumbrado pasillo esotérico,
la sección de cominos muy propia de los estados andinos y una particular: la
esquina del picante.
Quien lo atiende es Leonel Abreu, quien ya no se acuerda cuando llegó al mercado, pero
si tiene presente el nombre y rostro de sus clientes, aquellos que siempre llegan
a buscar la mezcla que lo ha hecho conocido durante años, un preparado para colocar
sobre las comidas que lleva ají chirere, ajíes forotes, dientes de ajo, ramas
de cebollín, orégano, suero de leche de vaca y flores tiernas de maguey. A esto
le llaman picante trujillano, un producto lo suficientemente fuerte como para
generar una gran combustión en la lengua de quien lo pruebe. En el puesto de
Leonel, se pueden encontrar los envases listos o los ingredientes para esta y
otras preparaciones. Reconoce el que el Mercado es viejo, que tiene fuerte
fallas en la estructura, pero dice que ha sido su sitio de trabajo y el de otros
noventa vendedores toda su vida.
Caminé un rato el centro, tan desordenado como en
mi adolescencia, incluso más. Grabamos la fachada de la llamada Catedral de
Valera, una estructura de estilo neo gótico,
de color gris, con agujas que se empinan en su techo tratando de alcanzar las
nubes, con vitrales europeos que hablan en imágenes de santos. Su mayor problema es estar ubicada frente a una
sucia Plaza Bolívar, olvidada por los gobernantes y descuidada por quienes la
transitan.
Seguimos hacia la zona norte de esta comunidad. Aquí
la ciudad se divide drásticamente en
arriba y abajo, por supuesto abajo se encuentra el lado más descuidado del
poblado. En la parte de arriba se ubican las viviendas más grandes y acomodadas
y en algunas de ellas se instalaron restaurantes, así se ha venido creando de
forma empírica una especie de corredor gastronómico a lo largo de una de las
avenidas valeranas. Locales que venden carnes, pizzas, heladerías, cupcakes,
pastas abren sus puertas luego de mediodía para esperar a los comensales. Uno de
esos personajes que suben la Santamaría cada día es Rafael Lameda, un valerano que regresó a su pueblo después de
vivir varios años en Estados Unidos porque asegura que la tierra lo llamó. En Miami
entre hacer una cosa y otra para sobrevivir descubrió la cocina, estudió un
tanto y trabajó otro poco, regresó con la idea de honrar sus raíces italianas y
ofrecer una propuesta que permitiera a su gente contar con un sitio a la altura
de las grandes ciudades. En Calabrese se sirven panes y pastas hechas en casa,
se ofrecen carnes, pizzas y hamburguesa. Ricardo se emociona cuando habla de su
cocina, que es ordenada, amplia y limpia; así dice que la soñó. Su receta de la
pasta rustica es deliciosa, lleva champiñones, brócoli, pimientos previamente
horneados, no tiene salsa y se acompaña con un buen trozo de carne. Verlo cocinar
y hablar de su ciudad es comprender que aún hay quienes deciden apostar a un suelo,
a una esperanza.
Valera es una ciudad caliente, los que no la
conocen creen que por estar ubicada en Los Andes el clima es amable, pero
resulta que sucede todo lo contrario. Su calor es abrasante y por eso muchos
visitantes comienzan a ascender la montaña para conseguir un poco de frío. Lo más
cercano es dirigirse hacia la población de La Puerta, pueblito ubicado a unos
35 minutos de la ciudad, famoso por ser el lugar que visitan los marabinos que
escapan del calor los fines de semana. Antes de llegar ahí se encuentra la urbanización
de San Isidro y en esta se ha creado magia en la última década. Los vuelos en
parapente llegaron para quedarse y cada vez son más los que se suman a
disfrutar de esta actividad que juega con la adrenalina del ser humano a su
antojo. Alejandro Cornejo (https://www.facebook.com/alecornejov?fref=ts)
no es pionero, pero si uno de los que le ha puesto más corazón al asunto. Dice que
cuando pequeño el volaba papagayos y soñaba que podía ir en uno de ellos, el
poder de la mente es tan grande, que lo logró. Se acercó a esta montaña en el
99, hizo los cursos y fue perfeccionándose. Los vuelos con este piloto son
tranquilos, seguros, llenos de anécdotas y descripciones de las montañas
mientras se está arriba. Tanta confianza me inspiró que le confié una de mis
afectos más preciados, mi hija mayor. En vuelos de 15 minutos pudimos sentir el
viento contra el rostro, la sensación de libertad al extender los brazos en el
aire, la grandeza de la naturaleza vista desde arriba. Alejandro sonríe complacido
de ver contentos a sus copilotos, espera que este deporte ponga a su ciudad en
el mapa de atractivos turísticos de Venezuela.
Seguimos la vía para descubrir nuevos espacios de
esparcimiento que han soñado emprendedores, gente que quiere que esta tierra
eche para adelante. Los Molinos de Amadeos(https://www.facebook.com/losmolinos.deamadeos?fref=ts)
es uno de ellos, su dueña, Blanca Torres dice que ella pasaba y miraba el terreno donde hoy se
encuentra el complejo, visualizaba un poco menos de lo que hoy en día es. Invirtió
cada ganancia, pidió préstamos y levantó una estancia que además de buen gusto
en su decoración cuenta con espacios de entretenimiento como piscina, paseos a
caballo, parque y un restaurante de carnes, si de carnes. Afirma que su mayor
logro es haber involucrado a la comunidad en su proyecto, pues sus vecinos se
han convertido en socios montando pequeños negocios dentro de las instalaciones
de Los Molinos.
Así como ella, hay más personas que ven el
potencial que tiene esta tierra, y nuestra ultima visita fue a el Hotel
Cordillera (http://www.cordillera.com.ve/)
ya en la población de La Puerta. Es grande, cómodo, bonito y proporciona más de
100 puestos de trabajo a los habitantes de ese pueblo. Así que los habituales
pueden seguir disfrutando de las fresas con crema, el chocolatico caliente, el
calentaito, el paseo por la plaza, la compra de artesanía y al final de la
jornada ir a descansar a un espacio de
calidad. Esa es la palabra que utilizan los habitantes de este estado para referirse
a las cosas que les parecen buenas, calidad. Yo la siento ordinaria al
escucharla, pero la verdad nos e puede negar que en esta tierra hay quienes
tratan de hacer productos de calidad, con visión de futuro y con amor al suelo
que pisan.